El exceso de peso siempre ha estado presente en mi vida, al menos desde que tengo memoria. Desde que era una niña mi mamá -quien tiene una pésima relación con la comida-, me trasladó sus prejuicios y temores (para nada infundados por demás), en relación a la gordura. Y estando en la genética de mi familia, siempre tuve limitaciones en cuanto a lo que podía comer por lo que antes de cumplir 12 años, ya estaba haciendo dieta: todo tipo de dieta, desde pediatras hasta nutricionistas, endocrinólogos, acupunturistas, de médicos que practicaban los regímenes de moda: Atkinson, la dieta de los puntos, etc., hasta los que me prescribieron medicación para la ansiedad, para la tiroides, homeopatía y anfetaminas. Me sometieron a tratamientos reductivos como endermología, bandas frías, mesoterapia y finalmente una liposucción súper traumática a los 22 años. No recuerdo un solo momento año de mi vida en que no hiciera dieta, y la verdad, casi todas las dietas funcionaron -mientras las hacía-. Pero al dejarlas, el conocido efecto rebote no solo me llevaba a recuperar el peso perdido, sino a engordar aún más que al inicio de la dieta. Cuando tenía 33 años me sometí a una dieta rigurosísima: durante dos años, cada 15 días me levantaba los viernes a las 3 am para trasladarme durante casi 2 horas a las afueras de Caracas y llegar antes de las 5 de la mañana a la consulta del médico de moda en la ciudad. Con mucho sacrifico y pastillas logré adelgazar 55 kilos a lo largo de ese período. A los 35 estaba en “mi peso” según el doctor y me dieron un régimen de mantenimiento, que ya sin las anfetaminas fui incapaz de cumplir. A punto de cumplir 37 años había recuperado todo el peso perdido y ocho meses más tarde tenía 10 kilos más, duplicando mi peso corporal en 18 meses.
Fue entonces cuando me di por vencida, simplemente ya no iba a hacer más dietas, ¿qué sentido tenía?. Tal vez la gente tenía razón cuando me juzgaban como falta de voluntad y disciplina. Era obesa y así me iba a quedar definitivamente.
Por supuesto, para alguien como yo mantener un peso, cualquiera que sea, es un reto. Por lo que seguí aumentando hasta llegar a los 130 kilos, me costaba respirar, caminaba con dificultad y mis padres estaban desesperados pues mi hijo estaba pequeño y sentían que si seguía así, no iba a llegar con vida a la mayoría de edad del niño. Finalmente, mi madre me convenció de ver a un especialista en balón gástrico. Yo no estaba convencida en lo absoluto pues pensaba que aunque lograra adelgazar con el balón, en lo que me lo retiraran engordaría de nuevo; pero aún así fui a la cita para sacarme a mamá de encima. El doctor, quien en su momento fue bastante brutal, me dijo que el balón no iba a funcionar en mi caso y que tenía que operarme el estómago. Yo estaba indignada, ¿operarme?, ni que estuviera TAN gorda. Me fui enojadísima de la consulta y tuve una de las peores discusiones de mi vida con mis padres. Estábamos a final del año 2007.
Papá, que no se da por vencido tan fácilmente pero que tiene mejores tácticas que mi mamá, empezó a mandarme por correo artículos, páginas de internet, estudios, etc., sobre las cirugías bariátricas. Nunca hablábamos al respecto y yo no leía nada de lo que me enviaba, pero curiosamente, lo iba guardando en un folder en mi correo. Un día, sin saber muy bien porqué, abrí el folder y empecé a leer toda la información que había recibido, además de empezar a investigar y profundizar por mi cuenta en relación al tema. Y por primera vez en muchos años, me atreví a sentir esperanza en torno a mi obesidad y una posible solución médica para la misma. No le dije nada a nadie, no necesitaba que me presionaran, u opinaran sobre una decisión que tenía que tomar por mí misma, pero encontré a los mejores cirujanos bariátricos de la ciudad y fui a sus consultas en busca de mayor información, un plan de acción y costos. Finalmente, conocí al doctor que me operó. Conectamos de inmediato, me examinó a profundidad, respondió todas mis preguntas y me planteó las alternativas y sus recomendaciones. Él formaba parte de un centro integral de tratamiento de la obesidad que brindaba asesoría nutricional y psicológica para acompañar al paciente previo, durante y post operación. Allí me diagnosticaron obesidad tipo IV (extrema): soy de contextura pequeña, mido 1.59 cm y mi índice de masa corporal era mayor a 51. Además, había desarrollado hipertensión, en mi primera consulta tuve una lectura de 180/120. A mediados de marzo de 2008 decidí operarme. Hablé con mis padres, pues la cirugía era costosa y el seguro no la cubría, para pedirles que me ayudaran económicamente y en el proceso, y por supuesto, lo hicieron. Fijamos la operación para finales del mes de junio, para poder prepararme y, el jueves 26 de junio me operaron.
No voy a mentir, no fue un proceso sencillo prepararme física y sobre todo mentalmente para la operación. De las alternativas disponibles el doctor me sugirió un bypass gástrico con anillo como la opción más adecuada y con mayores probabilidades de éxito a largo plazo para mí, y ése fue el procedimiento que seguimos. La operación fue exitosa, y la recuperación aunque fastidiosa, relativamente rápida pues fue una laparoscopia. Pero los meses que siguieron fueron realmente duros, aunque no me cabía la comida y no tenía “hambre” en realidad, según yo sí tenía, y aunque las cantidades de alimento que me sugerían eran pequeñas, engullía con mucha ansiedad y prisa, solo para sentirme muy mal después y muchas veces vomitar. Poco a poco fui entendiendo que el malestar que sentía era una indicación de que estaba comiendo de más y muy rápido, y que cuando me excedía, vomitaba lo que me sobraba. Así, fui ajustándome día a día a mi nueva realidad. En diciembre del 2008, 6 meses después, viajé a Disney con mi familia. Pesaba 85 kilos entonces. Para diciembre de 2009 pesaba 65 kilos (mi meta, para tener un IMC normal era alcanzar los 63 kilos); y en diciembre de 2010, recién trasladada a México, llegué a pesar 58 kilos.
Al poco tiempo dejé de adelgazar y me estabilicé en 63 kilos, cada vez comiendo porciones más normales. Me mantuve entre los 63 y 66 kilos durante unos 4 años y al cabo de este tiempo comencé a engordar un poco. Estaba comiendo muy mal. Al poco, empecé a sufrir de reflujo muy fuerte y me examinaron para encontrar que el anillo gástrico que me habían puesto inicialmente, se había desplazado y había que removerlo quirúrgicamente. Eso fue en febrero y me operé en noviembre en espera de que mis padres pudieran viajar a México para acompañarme.
A lo largo de estos casi 11 años mi peso ha oscilado, llegando a alcanzar en su peor momento los 75 kilos. He tenido que aprender a comer mejor, a hacer mejores elecciones, a llevar una vida más activa y a conocerme mejor. Siempre fui bastante segura de mí misma, sin embargo el estigma de la gordura me marcó durante tanto tiempo que cuando finalmente adelgacé no me reconocía: tuve que aprender quién era y cómo era en realidad, física y mentalmente, y eso me ha permitido aceptarme y animarme a ser una mejor versión de mí misma. Tras el bypass mi vida cambió drásticamente, la obesidad me marcaba, me definía y me limitaba; y poco a poco fui recobrando el control de mi persona y a descubrir que soy capaz de cosas que nunca hubiera imaginado lograr.
A pesar de que mi caso es un éxito clínico, el camino ha tenido muchas dificultades. He lidiado con el reflujo y la anemia desde que me operé, he tenido que reaprender a alimentarme y tuve que reconstruir mi relación tóxica con la comida y desprenderme de la ansiedad y la culpa que me generaba. No me sometí a ninguna cirugía reconstructiva y me ha tocado t aceptar que hay partes de mi cuerpo flácidas o donde sobra piel, sé que es algo que puedo mejorar quirúrgicamente pero la verdad, no he sentido que “tenga” que hacerlo. Someterse a una cirugía bariátrica no es una decisión sencilla o que se pueda tomar a la ligera, es un procedimiento que conlleva riesgos y te obliga a cambiar tu vida y a hacer ajustes. Pero en todas las elecciones ganamos y perdemos cosas, y si tuviera que volver a hacerlo todo de nuevo, lo haría sin dudarlo un segundo. Puedo decir si temor a equivocarme que he vivida una vida más plena y consciente, con muchas más opciones a mi alcance y mucho más feliz desde que me operé. Me hubiese encantado saber de esto antes en mi vida, conocer a alguien que me animara a explorar esta alternativa y que compartiera su experiencia conmigo. Cada historia es diferente y cada quien define su propio proceso, pero esto es una alternativa real a la obesidad que permite una solución a largo plazo, para la que hay que prepararse y estar dispuesto a hacer ajustes. Pero que da resultado. Yo soy un ejemplo de ello: a los 38 años pesaba 130 kilos y tenía muy poco control sobre mi vida. Hoy tengo 50, peso 60 y me veo y me siento mejor que nunca.